Acabo de regresar de un viaje de campo a la cuenca baja y media del río Chambira. Si tuviera que poner una banda sonora a los recuerdos de mi viaje, sería sin duda triste y poco esperanzadora. La marginación y la pobreza real en la que viven las comunidades urarina de esta olvidada zona del departamento de Loreto son difícilmente descriptibles.
El viaje ha estado lleno de contrastes y sobresaltos. Por un lado, hemos sido testigos de las operaciones de la compañía PlusPetrol, que opera el oleoducto norperuano que atraviesa el territorio de varias comunidades urarina de la zona. Helicópteros, cuyo flete cuesta miles de dólares, sobrevolando comunidades que no tienen acceso al agua, ni sistemas adecuados de saneamiento, ni escuelas o alguna infraestructura que les permita tener una educación pertinente y una buena calidad de vida.
Dos de las comunidades con las que trabajamos, decidieron abandonar sus asentamientos tradicionales para acercarse más a la orilla del río Chambira. Muchos dicen que para facilitar los proyectos de desarrollo con los que la empresa petrolera los seduce de manera permanente, con el beneplácito, por supuesto, de asesores externos de las comunidades y silencio absoluto de federaciones e instituciones que deberían defender los derechos básicos de estas comunidades. La negociación de la empresa con las comunidades por el derecho de servidumbre siempre se realiza de forma privada, legalmente, según el ordenamiento jurídico del país.
El oleoducto norperuano se rompe a pedazos. Tuvimos la oportunidad de visitar un derrame producido el año 2014, que nunca fue informado y, por lo tanto, tuvo una remediación tipo maquillaje. El crudo ha penetrado los suelos inundables donde estas comunidades se han asentado. Con cada crecida del río el petróleo accede a las cochas y los ríos. La gente ingiere agua y come peces contaminados.
Solo cuando se convive con los urarina, se consume el agua que ellos beben, se comen los pescados que ellos pescan, se entiende la situación en la que viven todas estas comunidades. Los derrames seguirán (a pesar de las promesas de sustitución de los tubos) y la situación será cada día más crítica.
¿A quién le importa la vida o la muerte de pueblos que no hablan nuestra lengua? A mí me importa y es por este motivo que escribo estas líneas. Algunos asesores dicen que la decisión es siempre tomada libremente por las comunidades. ¿Si vieran que su vecino pretende saltar del tercer piso de su vivienda, no harían nada por evitarlo? El dinero corrompe terriblemente, compra voluntades y borra la capacidad de mirar al futuro. La situación es crítica, es preciso hacer algo. Basta de entregar dinero a las comunidades y prometer proyectos que no sirven para nada. Intentemos mejorar la calidad de vida de las comunidades generando capacidades en los jóvenes, fortaleciendo la identidad, recuperando las reivindicaciones tradicionales en los procesos de diálogo. Basta de seducir con dinero a las comunidades. Basta de ejecutar proyectos inadecuados para lavar nuestras consciencias. Realicemos un diagnóstico participativo con cada comunidad, entendamos su realidad, convivamos con ellas, aseguremos el futuro de los niños y niñas urarina que viven en el Chambira.
- Manolo Martín